jueves, 21 de septiembre de 2017

Presbicia. Jorge Ortiz Robla

 
 


Presbicia
Jorge Ortiz Robla
Baile del Sol Ediciones, Tenerife, 2016
 
 
Presbicia es el significativo título con el que Jorge Ortiz Robla (Las Palmas de Gran Canaria, 1980) publica su nueva entrega poética, tras el éxito de su opera prima La simetría de los insectos (Lastura, 2014), y lo hace en una editorial señera y en una colección emblemática, la tinerfeña Baile del Sol en el número 197 de su colección “Sitio del fuego”.

No podía elegir mejor título su autor pues la presbicia, también denominada vista cansada, se debe a una anomalía o defecto del ojo que imposibilita ver con claridad los objetos cercanos, en efecto, ese es el sentido de este poemario, donde Jorge Ortiz Robla nos invita a reflexionar sobre las cosas cotidianas, aquellas que vemos día a día y que la mayoría de las veces, de estar tan cerca, apenas reparamos o nos detenemos en ellas, es en estas cosas donde el poeta, como muy bien señala David Trashumante en el comentario que firma en la contraportada, es “el que ve, el que mira, el que enfoca desde lo múltiple” la vida, pero con la debida distancia para observar con actitud crítica y compromiso social, es esta una de las señas de identidad del estilo del poeta canario afincado en Catarroja, otra, tal vez la más definitoria, es el lenguaje que emplea, caracterizado por una envidiable sencillez tras la que se vislumbra un intenso trabajo de depuración.

Las dos citas que encabezan el libro, de Fernando Pessoa y Pablo Neruda, señalan los puntos de vista que guiarán el contenido del poemario y la necesidad de cambiar el mundo que nos rodea. Como dos son los ejes, o partes, sobre los que se articula: “La tierra es circular”, que agrupa diez poemas breves, y “Presbicia”, bajo cuyo epígrafe se reúnen veintidós poemas.

De lúcida podemos calificar la palabra de Jorge Ortiz en el poemario que nos ocupa pues es su realidad y su desnudez, liberada de prejuicios, la que le permite decir con voz clara y precisa lo que nuestros ojos, los del lector activo, inquieto, necesitan.

Sin más título que el cardinal que los ordena, los diez poemas que constituyen la primera parte indagan, o más bien reflexionan, sobre el otro lado, que se extiende sobre “la grieta sucia, casi opaca” porque “la tierra es circular/ como los puntos de vista”.

En la segunda parte es donde lo lírico y lo social se imbrican para poner de relieve la intrínseca ceguera de una sociedad decadente, así reza en el poema paradigma:

La economía sufre presbicia.
La religión sufre presbicia.
La política sufre presbicia.
La sociedad sufre presbicia.
Hay que cambiar la lente,
hay que volver a aprender
hay que enseñar
a enfocar.”

Pero Jorge Ortiz también echa mano de las nuevas tecnologías, que no son más que una ilusión de libertad, como el pájaro enjaulado que no aprende a volar.

El ojo es la metáfora, a través de él enfoca el “punto próximo” y “el punto remoto” para decir lo que no queremos escuchar, y lo hace con un lirismo conciliador, que pone el acento en la necesidad de desvelar lo aparentemente rutinario, como el fin, cuyo sonido nos acompaña desde el inicio, parafraseando un verso de Agustín Fernández Mayo, referente del autor; o la capacidad de amar, algo relativo y temporal, que es lo que nos hace precisamente humanos, sobre una anécdota de Stephen Hawking.

Los versos de Jorge Ortiz ponen en solfa esa moral que permanece impasible ante el drama de aquellos que buscan una nueva vida desde el otro lado del océano porque como dice en el poema “Borges”:

Era la nieve
la que moraba dentro
de sus pupilas.”

Y es que, en definitiva, Jorge Ortiz nos habla de cerca para decirnos con voz lírica lo que nuestros ojos, cansados de promesas, no ven o prefieren no mirar. Ese es el mensaje del poeta, miren y lean y, sobre todo, actúen sobre la realidad.
 
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



miércoles, 20 de septiembre de 2017

Taller de Poesía con Vicente Gallego

 
 


Noticia publicada en Todo Literatura:
 
 
 
El domingo día 8 de octubre de 2017 tendrá lugar un nuevo Taller de Poesía con Vicente Gallego (Valencia, 1963), organizado por la asociación cultural Concilyarte, presidida por Mila Villanueva. Dicho taller se llevará a cabo en un lugar emblemático, espacio de serenidad, reflexión y recogimiento, el Monasterio franciscano de Santo Espíritu (Sancti Spiritu) del Monte, sito en Gilet (Valencia).

El monasterio del siglo XVII (la iglesia actual), aunque fundado por María de Luna, esposa de Martín I el Humano (1356-1410), a raíz de la pacificación de Sicilia, cuenta con una dilatada historia y además ya ha sido escenario de diversos talleres y encuentros de poesía, como el reciente II Encuentro Internacional de Poetas Ártemis, que tuvo lugar del 26 al 28 de mayo del presente año.

En esta ocasión, el autor de Saber de grillos (2015) y Ser el canto (2016), por citar sus últimos y premiados poemarios, Premio Emilio Alarcos y Generación del 27, respectivamente, ambos publicados por Visor, orientará el Taller, en primer lugar, a repasar los fundamentos teóricos del oficio, centrándose especialmente en los peligros que acechan la escritura poética. En segundo lugar, dedicará un apartado a descubrir a nuevos poetas, que a pesar de no ser demasiado conocidos han sido autores de excelentes textos. Por último, se centrará, sobre todo, en la puesta en común de los poemas escritos por los asistentes, creando un clima de confianza y diálogo propicio a la creación.

El horario del Taller abarcará de 10 a 19 horas, y el precio establecido para la matrícula es de 50€. Para más información, pueden solicitarla a través del número de teléfono que aparece en el cartel anunciador.

 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



sábado, 16 de septiembre de 2017

La esperanza es una cosa con alas. Emily Dickinson

 
 


La esperanza es una cosa con alas
Emily Dickinson
Edición de Hilario Barrero
Ravenswood Books Editorial, 2017
 
 
Ravenswood Books Editorial publica el n.º 2 de su colección “La isla primavera” -de ensayo, antologías y otras literaturas-, una selección de poemas breves de Emily Dickinson (1830-1886) con el bellísimo título La esperanza es una cosa con alas, una exquisita edición de Hilario Barrero (Toledo, 1946), que además de la traducción, es autor de las ilustraciones y el prólogo, que “como un tapiz colgado en la mansión del silencio” nos invita a adentrarnos en el país de esta misteriosa poeta norteamericana.

Antes de entrar en materia es preciso detenerse en el excelente trabajo que viene desarrollando esta pequeña editorial, que desde Almería y de la mano de Antonio Cruz Romero pretende editar sin imperativos ni obligaciones pero con gran ilusión a autores tal vez menos conocidos y otros foráneos, además de sostener el magazine homónimo, que ya ha alcanzado su n.º 10. Vaya por delante mi enhorabuena por su decidida apuesta por la calidad y el diseño.

Y qué decir de la edición que nos ocupa, pues que se trata de una auténtica belleza donde nuestro poeta en Nueva York, Hilario Barrero, ha vertido al castellano, con ajustada precisión y enorme delicadeza, los versos de la poeta de Amherst (Massachusetts), amén de acompañar los textos con quince dibujos de cosecha propia a lápiz y en blanco y negro, además de la sugestiva ilustración en color de cubierta, con su inconfundible estilo.

Una antología bilingüe que reúne cincuenta y cinco composiciones, ordenadas cronológicamente, tan breves como la vida de la poeta, que “murió en mayo a los 55 años”. Prisionera de sí misma su vida fue una cárcel y, sin embargo, tras su lectura nos queda una esperanza alada, como ese júbilo que inicia el libro, fruto del soñado viaje al mar “de un alma de tierra adentro”. Incluso cuando “el tiempo demasiado feliz se evapora” la angustia no tiene “demasiado peso para volar”.

No dejen de leer a una poeta tan clásica como actual en esta original propuesta, una antología de autor donde Hilario Barrero establece un fructífero diálogo emocional que se inició en “noviembre de 1979” y que “nunca cesa de cantar”.

 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



martes, 12 de septiembre de 2017

Calles/ Carrers. André Cruchaga

 
 
 
 
Calles/ Carrers
André Cruchaga
Traducción al catalán Pere Bessó
Imprenta y Offset Ricaldone, El Salvador, 2017
 
 
 
PRÓLOGO

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Corta la vida o larga, todo
lo que vivimos se reduce
a un gris residuo en la memoria.

Ida Vitale



La poesía de André Cruchaga es un apasionante viaje iniciático por las calles más intrincadas y oscuras del alma humana, unas calles humedecidas por el relente de la melancolía, porque el paisaje de fondo que se vislumbra en sus poemas no es más, ni menos, que un reflejo bruñido de nuestro interior más torturado. Un fondo, por otro lado, plagado de contrastes, al que el poeta salvadoreño ha sabido aplicar la forma idónea, el poema en prosa.

André Cruchaga hace poesía del conocido aserto de José Saramago, según el cual el Nobel portugués decía escribir para desasosegar, es decir, para incomodar la sensibilidad del lector con la intención de poner en crisis el sustrato de su conciencia. Para ello, el autor recurre a un lenguaje incisivo a la par que efectista para provocar ese despabilamiento capaz de abstraer al individuo del confortmismo más inocuo y vacío. Porque la vida duele y somos herida abierta, André Cruchaga indaga en sus extremos con el poder que le otorga la palabra encendida.

A priori no resulta sencilla la lectura de los versos de Cruchaga, que es capaz de llevar el lenguaje al más alto nivel de inventiva, llegando a asumir los presupuestos surrealistas. Así las metáforas, tan deslumbrantes como crípticas, se suceden e hilvanan de un modo muy singular. Sin duda, André Cruchaga exhibe un estilo propio, sin parangón en el ámbito latinoamericano actual, que gracias a su innegable calidad estética, forjada en el yunque del culteranismo más ecléctico y vanguardista, con más espacios de sombra que de luz, y merced al ritmo subterráneo de su escritura, ha conseguido trasponer fronteras, tanto físicas como idiomáticas, así sus libros han visto la luz en Estados Unidos, México y Cuba, y sus versos se han vertido a diversas lenguas, como el francés, el inglés, por Grace B. Castro H., el euskera, el catalán, de la mano de Pere Bessó, y el rumano, gracias, entre otros, a Elisabeta Botan y Andrei Langa. Un cosmopolitismo que dice mucho del eco y alcance de su obra.

Y es que a André Cruchaga ninguna palabra le es ajena, ninguna se resiste a formar parte de su discurso, un discurso, por otro lado, que fluye torrencial y cadencioso, como expresión cifrada de un pensamiento crítico. De ahí que su léxico sea asombrosamente amplio, con un uso eficaz de la sinestesia, el clímax y otras figuras retóricas, dispuestas al servicio del ideario poético de su autor, siempre fiel a su estética, de la que se desprende una reflexión sobre el sufrimiento y la angustia. Podríamos tachar a su poesía de existencialista y sería insuficiente para definir una propuesta que en verdad supera cualquier etiqueta, todas parecen exiguas para abarcar los múltiples matices de unos poemas de esencia onírica.

Una extensa cita de Joan Brossa, referente del poeta, a modo de proemio (conviene nombrar a otros autores, como Efraín Huerta, Vicente Huidobro, Ida Vitale o José Martí, o los franceses Jacques Prévert, Louis Aragon o Paul Éluard, a los que el poeta cita entre sus páginas y que permiten reconocer algunas de sus influencias) abre paso al “Litoral” de versos que transitan por las calles de un libro complejo, metafísico, que es un dechado de significantes y significados. Si antes se hacía alusión al culteranismo, ahora se podría hablar de un conceptismo barnizado por el influjo de la vanguardia. André Cruchaga bebe de muchas aguas para calmar su ansia, pero es su enorme capacidad dialéctica y la plasticidad de las imágenes que crea las principales características de un estilo tan elocuente como preciso.

Los ochenta y tres poemas que integran este libro se erigen en otras tantas maneras de interpretar el mundo, el mundo propio del poeta, que, con su decir particular, único, enuncia la estrecha relación o permanente vínculo que hace de las cosas un flujo continuo. No es de extrañar que estos poemas no se agoten en una sola lectura pues exigen del lector una atención metódica, solo así, tras sucesivas lecturas, podrá advertir los numerosos senderos que se bifurcan, la multiplicidad de matices y aristas, el tono de denuncia que vierte en su poesía.

Nos hallamos ante poemas que se estratifican en diversas voces, expresadas en letra normal y en cursiva y habitualmente marcadas por paréntesis, guiones o corchetes. Ciertamente no existe mejor forma de enunciar este vehemente discurso contra la intolerancia. Pero si algo caracteriza el estilo de Cruchaga es el particular tratamiento que hace de los temas que le preocupan: la muerte, porque el poeta sabe “de antemano que toda la carne va a dar a la tierra”, como “tardío colofón de epitafios”; la angustia, o el miedo. Cualquier poema, extraído al azar, es un paradigma, tal es la inquietud del poeta por descifrar la verdadera raíz del sufrimiento.

Otro de los grandes logros de la poesía de André Cruchaga es su capacidad para hacer concreto lo abstracto a través de la creación de imágenes de un gran poder sugeridor y una asombrosa fisicidad, cuya interpretación coadyuva a contrarrestar los efectos deshumanizadores del gran capital. Sin duda, nos hallamos ante una poesía que no pretende dejar indiferente a nadie, pues el oficio del poeta debe ser alertar al lector u oyente sobre las presumibles consecuencias de un mundo que navega a la deriva y que amenaza con arrastrar al hombre en su vorágine, pues éste, libre de su albedrío, se devana en trivialidades propias de un incipiente estado de sonambulismo.


Gregorio Muelas Bermúdez
Catarroja, Valencia, abril de 2017