lunes, 31 de diciembre de 2018

De la luz al olvido. Blas Muñoz Pizarro

 
 


BLAS MUÑOZ PIZARRO:
DE LA LUZ AL OLVIDO, DEL OLVIDO A LA LUZ


Gregorio Muelas Bermúdez


    Blas Muñoz Pizarro (Valencia, 1943) es uno de los poetas más destacados y laureados de las letras españolas en el último decenio, numerosos premios jalonan su obra, que se inició en 1971 con una primera etapa de creación, que abarca hasta 1981 con la publicación de Naufragio de Narciso (Fernando Torres Editor), luego permanece en silencio durante cinco lustros, un largo período dedicado a la reflexión e introspección, hasta que en 2007 finaliza La mirada de Jano (Editorial Agua Clara, 2009), que mereció el prestigioso Premio de Poesía “Paco Mollá” 2008, y que le devuelve a la primera plana. Desde entonces no ha dejado de cosechar galardones, algunos tan importantes como el Premio Miguel Labordeta 2010 del Gobierno de Aragón por La herida de los días, que además fue merecedor en 2011 del Premio de la Crítica Literaria Valenciana que concede la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (C.L.A.V.E.); el Premio “Ernestina de Champourcín” 2010 concedido por la Diputación Foral de Álava por Viva ausencia; el Premio del XXVIII Certamen Poético “Ángel Martínez Baigorri” 2011, convocado por el Exmo. Ayuntamiento de Lodosa (Navarra), por La mano pensativa; y el Premio “Flor de Jara” de Poesía 2012 otorgado por la Institución Cultural “El Brocense” de la Diputación Provincial de Cáceres por En la desposesión.

    Nos hallamos, pues, frente a una obra influyente y extensa, caracterizada por un gran rigor técnico y estético y un estilo muy depurado, que alcanza su cenit en 2015 con la edición de De la luz al olvido. Antología personal (1960-2013), publicado por la madrileña Ediciones Vitruvio en el n.º 522 de la Colección Baños del Carmen. Un elegante volumen de 250 páginas donde el poeta valenciano reúne lo más granado de su obra poética, desde los inéditos rescatados de sus primeros poemas, escritos entre 1960 y 1965, hasta una amplia muestra de su más reciente trabajo inédito, El paso de la luz (2011-2013). Por el camino siete poemarios propios y tres colectivos, titulados El limonero de Homero I, II y III, que toma el título de la tertulia semanal en el Ateneo Mercantil de Valencia de la que es miembro, donde ha ido publicando poemas sueltos de diferentes épocas que habían sido premiados desde su regreso a la escritura en 2006.

    El volumen, de primorosa edición, se abre con un extenso y documentado prólogo de Sergio Arlandis, escrito durante su estancia como docente en la University of Pennsylvania, que titula “La gran metáfora de la página en blanco: el diáfano sentido del poema”. Arlandis demuestra ser un gran conocedor de la obra de Blas Muñoz Pizarro y redacta un texto que se sitúa a la altura de los poemas que prologa, no olvidemos que Arlandis, además de notable poeta, es uno de los críticos y antólogos más reputados del actual panorama literario español, de ahí la exquisita prosa que aporta para trazar y sintetizar las líneas principales de la poética del autor valenciano, de gran riqueza y complejidad. No resulta fácil comentar una obra tan rica en matices, tan vasta en ideas y sin embargo Arlandis consigue salir airoso con este estudio preliminar de veinte páginas, que permite al lector adentrarse en el mundo de un autor esencial para comprender una parte fundamental de la poesía española de las últimas décadas. Sin duda, el prólogo de Sergio Arlandis es un valor añadido a un libro que reúne prácticamente la obra completa de un poeta de indudable relevancia y reconocida trayectoria como Blas Muñoz Pizarro.

    El texto de Arlandis merecería un comentario más extenso por la precisión de su prosa y su profundidad expositiva, que introduce sabiamente al lector en la emoción y técnica de los versos. Citaremos un fragmento del prólogo para ilustrar el fondo de sus palabras, así dice: “De la luz al olvido da un salto cualitativo en la poesía española del momento, no sólo sobrepasando los estrictos márgenes de la idoneidad de un lenguaje y de unos temas más o menos candentes, sino -y sobre todo- porque regenera un concepto que ha ido confundiéndose con la originalidad por culpa de la pujanza del mercado editorial: la autenticidad”. Una afortunada afirmación que permite a Arlandis encuadrarlo dentro de un particular elenco de autores forjados por su propia idiosincrasia, guiados por una personal veleta, lejos de los cantos de sirena generacionales, un algo de vocación juanramoniana que también podemos apreciar en la alargada sombra de otros de los grandes poetas de nuestro tiempo, como el ya desaparecido César Simón o Joan Margarit. Queda para otro artículo el apasionante estudio de las evidentes analogías del poeta valenciano con estos autores, desplazados como él del canon.

    Es precisamente esa estricta autenticidad la que más y mejor caracteriza la obra poética de Blas Muñoz Pizarro, tan próxima a su estilo de vida, pues en él el consabido binomio autor y obra parece integrarse en un todo indisociable, tanto es así, que el autor valenciano ya destila en sus primeros poemas una voz personal y única que irá perfilando en sus siguientes obras hasta decantar en los poemas de fina raíz vanguardista de En la desposesión, su último poemario impreso hasta la fecha.

    La poesía de Blas Muñoz ha concitado la admiración y el respeto de otros poetas valencianos, que han tomado su obra como ejemplo a seguir y guía y que no dudan en tomarlo como maestro, así, además del prologuista, Sergio Arlandis (Contexturas, Desorden), podemos citar a César Márquez Tormo (Rosa al oído), José Antonio Olmedo López-Amor (El testamento de la rosa, La flor de la vida) y, qué duda cabe, quien suscribe estas páginas. Sin duda, José Antonio Olmedo López-Amor, quien firma sus trabajos de creación literaria bajo el seudónimo Heberto de Sysmo, es uno de los grandes estudiosos de la obra de Blas Muñoz, a través de las reseñas críticas de dos de sus poemarios, de La mano pensativa en la prestigiosa web Todo Literatura, y de la antología De la luz al olvido en la revista La Galla Ciencia, incluyendo en esta última una interesante entrevista al autor. No duda José Antonio Olmedo en calificar la antología de Blas Muñoz de “libro imprescindible” y acierta al afirmar que el largo período de silencio unido a la escasa distribución de sus últimos poemarios, y ello a pesar de haber sido distinguidos con premios de relevancia, han obrado en contra de la fama que la obra de Blas Muñoz Pizarro merece en el ámbito nacional y que hace de esta antología un libro realmente necesario que viene a hacer justicia al talento y dedicación de su autor. Es de agradecer, pues, que Pablo Méndez, editor de Vitruvio, halla tenido a bien paliar ese desconocimiento con la publicación de este esmerado volumen.

    Pero si algo llama la atención, además del título, es la estructura del mismo, más allá del orden cronológico, que como indica el subtítulo, abarca desde 1960 hasta 2013. El título, un heptasílabo de belleza sobrecogedora y harto significativo, da paso a una estructura que dice mucho de la evolución de su autor, que introduce unos “Pecios”, hasta IV, donde rescata e inserta poemas inéditos y exentos. Pecios que deben mucho a ese naufragio de Narciso que titula su primer poemario. La antología se inicia, pues, con “Pecios I”, que reúne siete de sus primeros poemas, escritos entre 1960 y 1965, y que culmina con un bellísimo soneto, “Nana de tu ausencia”, escrito “para el hijo que nunca vendrá”, dolorosamente consciente de que al cabo resulta “inútil tener voz para nombrarte”.

    A continuación viene “La danza”, integrado por un único y extenso poema de título homónimo, escrito entre 1965 y 1971, en alejandrinos de verso blanco, y con el que su autor obtuvo el premio “José Antonio Torres”. Un poema de madurez a pesar de la juventud de su autor y donde se confirma la voz pulida de Blas Muñoz en aquella temprana época. Hasta aquí podemos observar la versatilidad y el dinamismo de su estilo, caracterizado por el dominio de múltiples formas, desde las fijas, fieles al canon, a las abiertas, desde el verso medido, de raíz clásica, al verso libre, desde la consonancia o la asonancia a la blancura del verso suelto, y es que Blas Muñoz Pizarro somete el fondo de su discurso a la forma idónea. De esa sabia conjunción deviene la emoción del poema, que se expresa con la precisión de la experiencia pues, como veremos más adelante, no hay poco de autobiográfico en sus poemas.   
   
Naufragio de Narciso

   Le sigue el texto íntegro de Naufragio de Narciso, datado entre 1971 y 1973, compuesto por cinco apartados: “En vano”, “Manifiesto de los muertos bajo el agua”, “La frente en el cristal”, “La corbata” y “Consumación”. Aquí el autor toma la leyenda de Narciso como pretexto para hilvanar una aguda reflexión sobre lo efímero de la belleza. Este es un poemario complejo por el hondo calado de sus poemas y lo existencial de su discurso: “Naufragio de la luz. / Naufragio en nada”.

   Antes de abordar el estudio de sus obras más representativas, realizaré un recorrido sucinto por las partes que vertebran el trabajo de una vida dedicada al noble ejercicio de la lírica. A La mirada de Jano, verdadero punto de inflexión en su poesía, y al que dedicaremos un extenso comentario, le sigue “Pecios II”, que agrupa dos poemas exentos, escritos entre 2006 y 2008, “El silencio de Dios” y “Estación de término”, en el primero el autor equipara ese gran silencio con el del poeta, que cuando calla “las cosas pierden sus nombres”, y en el segundo deja pasar el tren porque “no es hora todavía”.

   Con “El que silba entre las cañas” obtuvo el Premio II Certamen de Poesía “Poeta Juan Calderón Matador” 2010, convocado por la Plataforma Cultural “Raíces de Papel” de Madrid, un poemario que supone un impasse en la tensión poética de Blas Muñoz, pues aquí el verso se distiende y adopta el pentasílabo y el heptasílabo para hablar con aparente sencillez de las cosas que mudan y del tiempo que pasa, entre el anhelo y la esperanza, como reza este fragmento: “Escribió / el primer verso / como si fuera el último.” Se trata, pues, de una obra de transición, como puente necesario hacia una poesía más exigente.

   Le siguen “Pecios III” (2009-2010), donde reúne tres poemas exentos y culmina con un bellísimo endecasílabo: “Inane es la verdad cuando no duele” (“Prótesis segunda”); y “Pecios IV” (2011-2012), que incluye otros cinco poemas, sus últimos exentos, donde su particular voz brilla ante el espejo: “Me observas si te observo”.

La mirada de Jano

   La mirada de Jano representa, como decíamos, el primer punto de inflexión en la obra del poeta valenciano, que aquí se presenta íntegro, con dos períodos de creación separados por cinco lustros: 1973-1981 y 2007-2008. Un poemario de estructura circular, dado que en su principio está su final y en su final está su principio, a la manera de T. S. Eliot, algo que, además, queda patente en los títulos de las composiciones: “Habla el rostro en sombra de Jano” y “Habla el rostro iluminado de Jano”, primer y último poema del libro.

   Una estructura compleja que ha analizado con gran perspicacia José Antonio Olmedo López-Amor:

El siguiente poema —y a partir de este todos los demás—, está escrito en heptasílabos blancos, heptasílabos que conforman una estrofa de siete versos (septeto), estrofa que en este primer poema es poema en sí, pero que en los poemas posteriores irá aumentando en número a razón de una estrofa por poema. Es decir, que el conjunto irá creciendo exponencialmente en progresión geométrica, así hasta llegar al poema número siete. Por lo tanto, tendremos siete poemas compuestos de estrofas de siete versos, algo que subraya la importancia de dicho número para el autor. Para Pitágoras, el siete era el número perfecto. El número siete está considerado el signo del pensamiento, la espiritualidad, la conciencia, el análisis psíquico o la sabiduría. La Luna cambia de fase cada siete días. Hay algo mágico en ese número, algo irracional y poderoso que el poeta pretende inocular en sus versos a través de la estructura, y no sólo eso, cada poema de este conjunto está asociado a uno de los siete colores del arco iris y a toda su simbología. Al finalizar cada poema, entre paréntesis, aparece el nombre de un color, son siete y en total son —como descubrió Newton— los colores que forman el espectro luminoso. Llegados a este punto debemos ser verdaderamente conscientes de la complejidad de este trabajo, un sistema de versos perfectamente hilvanad encajado que por su precisión resulta inamovible.

Al llegar al siguiente bloque de La mirada de Jano, titulado “Tríptico del espectro contemplado por Jano”; núcleo del sistema; advertimos que su autor ha complicado más la arquitectura del poemario y encontramos, que el primero de los tres poemas se compone de los siete primeros versos de los poemas anteriores, es decir, una especie de glosa a la inversa que titula “Visión del arco iris”. El segundo poema es de nuevo un septeto de nombre “Visión de su reflejo” y el tercer poema “Círculo total” es la combinación en siete versos alejandrinos de los dos poemas anteriores. Esta ordenación cabalística de los versos es capaz de hacer pensar a cualquier lector que en los poemas de Blas Muñoz hay mucha más poesía de la que es capaz de leer. La hipertextualidad adquiere un valor preponderante. Pero al seguir leyendo los siguientes “siete” poemas del libro, volvemos a descubrir que el septeto titulado “Visión de su reflejo”, el que constituía el segundo poema del núcleo, es glosado en los siguientes poemas en cada uno de sus primeros versos. La cuadratura total de esta mímesis matemática y cósmica, tiene lugar con la lectura de “Habla el rostro iluminado de Jano”, último poema que clausura el poemario con ese regreso al principio, de nuevo alejandrinos y de nuevo es el dios, ahora derrotado, quien describe entre ruinas, la composición de campo de su tragedia.(1)

   En La mirada de Jano se acentúa la vertiente culturalista de su autor, con citas de los Fastos de Ovidio, en la línea de otros grandes poetas valencianos, de nacimiento o de adopción, que asimilaron esta propuesta e hicieron de ella un rasgo distintivo de su generación, me refiero, sin duda, a Jenaro Talens (1946), Guillermo Carnero (1947) y Jaime Siles (1951). Coetáneo de estos, incluso unos años mayor, la obra de Blas Muñoz ha tenido, no obstante, una menor trascendencia, debido al largo período de silencio que se antepuso el autor y al hecho de no haber publicado en una editorial con distribución nacional.

   A continuación pasamos a analizar la etapa más fructífera del poeta valenciano (2010-2013), donde en apenas cuatro años consiguió alzarse con algunos de los premios más prestigiosos de las letras castellanas.

La herida de los días

   Blas Muñoz demuestra su absoluta pericia en el empleo del endecasílabo en este conjunto de veintinueve sonetos blancos, sin rima consonante, donde alcanza altas cotas de percepción de la realidad poemática. El bellísimo título sintetiza la loable aspiración del autor de plasmar cómo el ineluctable paso del tiempo, siempre en fuga, acrecienta la herida por dónde el olvido se apropia de la memoria.

   La palabra poética le sirve de lúcido escalpelo para ahondar con asombrosa veracidad el velo que recubre las cosas, consiguiendo trascender la pura anécdota para desvelar la esencia de esas cosas que aunque fugaces dejan tras de sí un amplio poso en la memoria.

   El libro se inaugura con un “Pórtico” a modo de prefacio, que nos habla de la inveterada condición del héroe, ser abocado a avanzar en silencio bajo la mirada admonitoria de aquellos que le amaron, testigos mudos del sacrificio que se le exige y que no admite el fracaso. El poemario se clausura con un poema, “Mi óbolo”, como dádiva que el hombre entrega en agradecimiento por su paso, breve, por la vida.

   Estructurado en forma de diario íntimo, Blas Muñoz nos conduce de la mano a través de un inquietante viaje metafísico por un mundo constantemente amenazado por la nada. La luz que recién nacida ya vislumbra su postrer apagamiento, el dolor que agrieta el alma con la irrevocable ausencia de seres que aún transitan por la memoria, la ceniza como residuo fúnebre de aquello que antes rebosaba de vida, pero también celebración de ésta última, por tanto himno tamizado de elegía. Nos hallamos pues ante una poesía de corte metafísico que trata de hallar certezas desbrozando el todo de la nada.

   Elegancia e inteligencia definen el estilo de un poeta capaz de describir el mundo de un modo auténtico y personal. Sólo la experiencia del poeta es capaz de rescatar pasajes y paisajes acerados en la memoria. El tiempo hiere y marca cicatrices en el alma sensible del poeta que revive momentos al volver a contactar con lugares donde el recuerdo se obstina en permanecer más allá de la conciencia, que como la magdalena proustiana sólo espera la circunstancia exacta para manifestarse, así en “Día de Reyes” una fecha le devuelve un episodio de infancia enmarcada tras una ventana como un cuadro de nostalgia; o en “1950 (por ejemplo)” donde la mirada del poeta arroja luz sobre las sombras que habitan en la antigua casa familiar.

   La propia creación poética ocupa también un lugar importante en sonetos tan memorables como “Otro fulgor”, “Poética (o no)”, “Razón de ser”, “Este oficio de penumbras”, o el emotivo “Un libro dedicado (1974)”, que evoca la figura y el magisterio del gran poeta alicantino Juan Gil-Albert.

   En conclusión, “esta suma de restos, o de restas” que es la poesía de Blas Muñoz es capaz, merced a la inteligencia y el instrumento de la bella palabra, de avivar las cenizas, de recomponer un mundo interior erosionado por el paso del tiempo.

Viva ausencia

   El libro se abre con un prólogo de Antonio Mayor, compañero de versos en la tertulia “El limonero de Homero”, que con fino olfato sabe rastrear las claves de un poemario tan íntimo como necesario en la trayectoria literaria de Blas Muñoz, que como bien señala el prologuista, ha sabido aunar con precisión estética fondo y forma para ofrecernos “una poesía a la vez actual y eterna”.

   Viva ausencia se divide en VII apartados y un Final a modo de epílogo soñado. Como antesala a las diversas estancias por las que el poeta nos adentra, nos encontramos unos versos de un heterónimo de Pessoa, Alberto Caeiro, que sintetizan la tesis principal que inspira el libro: la soledad creadora, dolorosa y fructífera.

   La primera parte, que da título al conjunto, está compuesta por siete sonetos de factura clásica, donde el poeta entabla un diálogo con el tiempo huido, un ajuste de cuentas con el pasado. Esta parte contiene el “Tríptico de tu ausencia”, de hondo tono elegíaco, donde se advierte que la ausencia de la figura del padre marcó un verdadero punto de inflexión, pues a ese gran ausente le debe el poeta no sólo la vida, sino el silencio, y la palabra rediviva.

   La segunda parte, titulada “Naturaleza muerta”, está integrada por siete décimas inspiradas en objetos cotidianos como un jarrón, un guante, un sillón, un disco de vinilo o una manzana, donde el poeta anima lo inerte con ánimo de conjurar lo perdido.

   En la tercera parte, “Tal vez tú”, Blas Muñoz retoma el soneto en siete bellas composiciones donde su destreza rítmica se pone al servicio de la profundidad psicológica, aquí el paisaje y los fenómenos que en ellos se vislumbran (crepúsculo, lluvia), unido a la atmósfera propia del otoño y el invierno, devienen en nostalgia.

   La cuarta parte, con el título “Nada”, está encabezada por una significativa cita de Francisco Brines, que nos introduce en el único poema que compone esta parte, que merced a la deconstrucción de su estructura y la rima segmentada oficia de centro sobre el que se ordena todo el poemario.

   En la quinta parte, “Unas décimas de fiebre”, nos hallamos de nuevo con siete ingeniosas décimas que son fruto del recuerdo de momentos dichosos marcados por “la alegría de la pena”.

   La sexta parte, titulada “Ardido ardid”, la integran un poema en prosa y siete bellísimos sonetos, que bien nos sorprenden por su abruptos encabalgamientos, es el caso “Forma segunda”, o nos deleitan por su propuesta metapoética pues el poeta reflexiona sobre su arte al discernir la belleza de lo pútrido, como el vuelo de las gaviotas sobre el vertedero, y en sendos homenajes a Gérard de Nerval y la paloma de Alberti.

   En la séptima y última parte, “Álbum de esbozos”, Blas Muñoz vuelve a la décima, pero en esta ocasión adaptando su forma a un modo muy particular de ordenar su discurso con la gracia y el ingenio que le inspiran la luz, el viento y la lluvia de las tierras andaluzas.

   En definitiva, nos hallamos ante un poemario que gracias al magistral empleo de ciertas estructuras clásicas, como el soneto y la décima, permiten al poeta ordenar ese caos que a veces es la vida y asumir sus derrotas.

La mano pensativa

   Blas Muñoz Pizarro es un poeta polivalente que no sólo domina con maestría los metros clásicos de la lengua castellana sino que se aproxima a formas tan exóticas como el haiku, el senryu y la tanka, así sucede en La mano pensativa, donde practica las estrofas japonesas con verdadero ingenio.

   Ediciones Fecit se encarga de la publicación, con una ilustración de cubierta de Susana Benet, que acompaña el sugerente título con un almendro, y que firma además, como especialista en la materia, un excelente prólogo donde se hace eco de la popularidad de un género que encuentra en Blas Muñoz Pizarro a un digno cultivador, que lo aborda con respeto y acierto.

   Tras una dedicatoria a sus compañeros de “El limonero de Homero”, Blas Muñoz inicia el poemario con un soneto de impecable factura, que además de titular e introducir el conjunto, vehicula su contenido dado que canta a los cuatro elementos, y a ellos se consagran los restantes apartados del libro, que divide en tres bloques: el mencionado “Inicio”, compuesto por el soneto homónimo; “Tal vez otra luz”, que subdivide en tres apartados dedicados a cada una de las formas clásicas japonesas y que constituyen el grueso del poemario; y un “Final (Para el fuego)”, constituido por un único poema donde el pincel tinta los versos que acabarán siendo pasto de las llamas, en una actitud consecuente con el espíritu nipón de integridad y despojamiento.

   El primer bloque, que lleva el significativo título de “Haikus de la piedra en el agua”, está constituido por veinticinco composiciones de factura clásica, de acuerdo con el canon occidental de tres versos de 5-7-5 sílabas. Como haijin que se precie, Blas Muñoz se hace eco de los acontecimientos de una naturaleza cambiante, siempre viva, que nos sorprende a cada paso con la humildad del milagro cotidiano, sencillo, ese que pasa casi inadvertido y se ofrece de continuo al privilegiado espectador que lo sepa descifrar entre el fulgor y el ruido, Blas Muñoz observa en silencio y nos regala ese milagro en tinta negra, he aquí un par de bellísimos ejemplos:


Vuelve a llover.
Se desbordan los cálices
de los narcisos.


Brisa nocturna.
El mar huele a naranjo
y a jazminero.


   En el segundo bloque, titulado “Senryus del sueño de la tierra”, Blas Muñoz nos vuelve a ofrecer veinticinco composiciones, que siguen la misma estructura que el haiku pero con diferente punto de vista, aquí es el hombre,y sus circunstancias, el protagonista de los versos, incluso las cosas adoptan gestos humanos, o éstos se asocian con algún elemento de la naturaleza que lo reemplaza o complementa para reproducir un determinado estado de ánimo o sentimiento, como la soledad o la nostalgia. Veamos algunos ejemplos:


Siempre recuerdo
canciones olvidadas
cuando te alejas.


“En mi recuerdo
mi padre aún las teje:
sillas de anea.”


    En el tercer bloque, “Tankas de la sombra del fuego”, Blas Muñoz vuelve a reunir veinticinco composiciones de un género poco practicado en nuestra lengua, y no siempre con el rigor necesario, sin embargo el autor valenciano sale airoso de tan difícil empresa gracias a que adopta el talante que requiere este tipo de composición milenaria que tanto arraigo tiene en la cultura japonesa. De nuevo se ciñe al canon clásico de cinco versos de acuerdo con el esquema métrico de 5-7-5-7-7 sílabas, donde un pensamiento se origina a partir de un hecho externo que lo evoca o lo provoca, he aquí una magnífica muestra:


Una flor seca
ha caído de un libro
que te dejaste.
Señalaba un poema
que aún habla de regresos.


    En definitiva, Blas Muñoz Pizarro hace gala de su oficio en un volumen atípico en su trayectoria literaria pero que como el mismo autor ha afirmado en ocasiones, supuso un verdadero respiro en su enjundioso quehacer poético, realmente exigente y llamado a trascender como la mirada objetiva que requiere el haiku y que dirige esa mano que traduce en versos lo observado para el goce estético del lector.

En la desposesión

   En la desposesión supone un punto de inflexión en la obra poética de Blas Muñoz Pizarro, que con este poemario inicia un ejercicio metalingüístico donde el autor explora nuevos cauces de expresión, abriendo paso a un amplio abanico de significados.

   En la desposesión Blas Muñoz Pizarro se despoja de las ataduras clásicas para ahondar en una forma novedosa donde cada palabra tiene un peso específico sobre la página en tanto ocupa un lugar determinado que por su milimétrica ubicación viene a decir algo esencial, en este sentido los poemas presentan una estructura interna que se sabe fundamental para su significado. También el lenguaje se ve sometido a un premeditado despojo de toda retórica superflua, aquí Blas Muñoz busca y encuentra la palabra exacta como eco contenido de una pluralidad de significantes y significados.

   El poemario se abre con una emotiva dedicatoria a José Luis Parra, amigo del autor, y prosigue con una significativa cita de José Ángel Valente, cuya influencia se deja sentir a lo largo de todo el poemario. Así los versos de Blas Muñoz se forjan en el yunque de la palabra sabiamente contenida, un ejercicio que obra a favor de un saber y un sentir profundo que se reparte en cuarenta y tres cantos divididos en tres grandes secciones sin más título que el número cardinal que por orden les corresponde. Esta estructura tiene mucho que ver con el sentido global del libro, que tiende a un cierto minimalismo que lo aproxima a la denominada “poesía del silencio”. Un trabajo de densificación que, sin embargo, no incurre en el hermetismo por la capacidad de Blas Muñoz para generar imágenes de gran plasticidad.

   “En el límite herido de la luz / empieza el canto”. Así comienza un poemario que reflexiona sobre algunos temas esenciales que tocan a la condición del hombre en cuanto a ser sensible que se cuestiona su sentido, su estar en la tierra. Son frecuentes los vocablos que delatan un interés metafísico de primer orden que merced a un ritmo deslumbrante le permiten alcanzar una cima lírica. Blas Muñoz se sirve del heptasílabo y el endecasílabo para ordenar un mensaje que se cierra a modo de tesis: “Y en la desposesión / dueño soy / de una ausencia.”.

   Las citas de Luis Rosales y Carlos Marzal, que introducen la segunda y tercera parte respectivamente, ahondan en el sentido de un poemario tan coherente como heterogéneo pues son variados los temas sobre los que Blas Muñoz templa su pluma.

   Nos encontramos ante un poemario donde su autor revisa su estilo con la intención de conseguir, si cabe, una mayor densidad expresiva.

El paso de la luz

   El autor data la redacción de los poemas contenidos en este poemario inédito entre 2011 y 2013, un período de gran actividad creativa, que coincide en el tiempo con la publicación de sus últimos y más premiados poemarios. Se trata de doce poemas, de veintiún versos cada uno, sin más título que un cardinal y el mes al que hacen referencia, que se especifica al final de cada una de las composiciones. Resulta curioso que este conjunto de poemas comience a final de año, es decir, en diciembre, y lo hace con estos versos: “No quiero hablar de mí, sino -contigo-”. Versos endecasílabos, de un ritmo prodigioso y con algún encabalgamiento, que culminan en noviembre con estos emocionados versos: “¿Quiénes somos tú y yo, si ya no somos / aquellos que aún se aman, como siempre?”.

   En esta nueva colección podemos constatar una vez más la exigencia formal del autor en aras de alcanzar el perfecto ensamblaje de fondo y forma, de sentido lírico y arquitectura verbal.

Conclusión

   En definitiva, la obra de Blas Muñoz Pizarro se erige como una de las más consecuentes y misceláneas de nuestro tiempo, una voz personal, auténtica, capaz de resistir la opinión del más implacable de los críticos: el tiempo, que pasa de soslayo sobre aquello que queda.



BIBLIOGRAFÍA:


- MUÑOZ PIZARRO, B. Naufragio de Narciso, Fernando Torres Editor, Valencia, 1981.
- MUÑOZ PIZARRO, B. La mirada de Jano, Editorial Agua Clara, Alicante, 2009.
- MUÑOZ PIZARRO, B. La herida de los días, Gobierno de Aragón, Zaragoza, 2011.
- MUÑOZ PIZARRO, B. Viva ausencia, Diputación Foral de Álava, Vitoria-Gasteiz, 2011.
- MUÑOZ PIZARRO, B. La mano pensativa, Ediciones Fecit, Pamplona, 2012.
- MUÑOZ PIZARRO, B. En la desposesión, Diputación Provincial de Cáceres, 2013.
- MUÑOZ PIZARRO, B. De la luz al olvido. Antología personal (1960-2013), Madrid, Ediciones Vitruvio, 2015.

(1) “De la luz al olvido” de Blas Muñoz Pizarro y entrevista al autor, por José Antonio Olmedo López-Amor, La Galla Ciencia, diciembre 2015.



domingo, 30 de diciembre de 2018

Te recuerdo Marina

 
 
 
 
Hace unas semanas desaparecía de forma inesperada una de las escritoras más vitalistas que he conocido, Marina Izquierdo.

Recuerdo nuestro primer encuentro, que se produjo un año y medio atrás, durante el II Encuentro Internacional de Poetas Ártemis, celebrado en el Monasterio de Santo Espíritu, sito en Gilet, Valencia, un remanso de paz que durante un vibrante fin de semana de mayo albergó la pasión por la lírica de un nutrido grupo de poetas procedentes de toda España. Al abrigo de sus muros intercambiamos versos y abrazos, y libros, muchos libros, entre ellos La mitad silenciada (Lastura, 2017), su primer poemario, con el que había logrado ser candidata a los prestigiosos Premios de la Crítica Valenciana, un libro que había llamado mi atención desde el momento de su publicación y que reseñé en el n.º 3 de CRÁTERA Revista de crítica y poesía contemporánea.

Desde entonces mantuvimos una fluida relación epistolar por las redes y se sucedieron diversos encuentros, los más entrañables con motivo del recital de nuestra querida María Teresa Espasa en el Ateneo Mercantil de Valencia, y con ocasión de la presentación en la ya cerrada Librería Leo del libro de ensayo y crítica que publiqué hace un año con mi hermano de letras José Antonio Olmedo López-Amor, Polifonía de lo inmanente. Apuntes sobre poesía española contemporánea (2010-2017), editado por Lastura Ediciones y Editorial Juglar en la colección “Punto de mira”, donde decidimos incluir a Marina Izquierdo como ejemplo significativo de la poesía reivindicativa a favor de los derechos de la mujer.

Semanas antes de su triste final nos sorprendía con la noticia de su traslado de Madrid a Miami y los que la apreciábamos comenzamos a sentir el peso de esa lejanía. Ahora esa lejanía es total y todavía nos cuesta asumirla. Lidia López Miguel le acababa de publicar en Lastura su segundo poemario, La vida en los márgenes, un título que ahora cobra todo su sentido.
 

Te recuerdo Marina, tus versos y tu sonrisa permanecerán conmigo.

 
Gregorio Muelas Bermúdez


jueves, 20 de diciembre de 2018

Blending. Hilario Barrero

 
 


Blending
Hilario Barrero
Cuadernos de humo, Brooklyn, NY, 2017
 
 
El poeta, traductor y diarista toledano afincado en Nueva York, desde 1978, Hilario Barrero (1946) publica en Editorial Cuadernos de humo su nuevo poemario, Blending, título que hace referencia a la primera lección que el autor aprendió en clase de dibujo, la mezcla o fusión: “del rojo al negro pasando por el verde y otros colores básicos”.

Tras su celebrada antología en Renacimiento, edición de José Luis García Martín, Educación nocturna (2017), Barrero nos presenta un volumen de pequeño formato e impecable hechura con una sugerente ilustración suya en portada pues Hilario también es un excelente dibujante, con un estilo propio. Se trata de la primera entrega de la colección de poesía “Prospectpark” y el decimoctavo título de los Cuadernos de humo que el autor edita desde Brooklyn y que desde hace unos años recoge algunas de las mejores antologías actuales en castellano en la serie “Donde está el fuego”, que ya va por su octava entrega.

El libro se compone de cuarenta y dos poemas de ritmo imparisílabo divididos en cinco partes. La primera, “Noche toledana”, está integrada por doce breves composiciones de carácter íntimo, doce instantes de luz (presencia) y de sombra (ausencia) donde Hilario Barrero evoca su ciudad natal, con “aquellas noches de deseo y soledad”: “Para cruzar la línea / de la última luz desconocida/ dame la mano, amor, te necesito”.

Una cita en inglés de Edna St. Vincent Millay introduce la segunda parte, “Walhalla”, que el autor escribe al hilo de la música de Richard Wagner, once bellísimas composiciones que remiten a diversos pasajes del ciclo épico El anillo del Nibelungo, donde el estilo de Barrero se conjuga con las notas del gran compositor alemán: “Oxidada la lanza / el dragón derrotado, / el anillo en el río / y Valhalla una ruina / de amarillo jaramago y lagartijas verdes”.

La tercera parte, “Andalucía”, es un sentido homenaje al folclore y la luz, a la historia y la arquitectura de estas tierras en siete estampas donde Barrero recrea el puerto de Cádiz, la catedral de Sevilla, la Córdoba omeya y romana, Granada y “los reinos de taifa del agua”. Estamos cerca del paraíso de Aleixandre, donde se proyecta la sombra de Cernuda.

En “Welcome home” el autor pasa del himno a la elegía para contarnos seis maneras de estar en una casa “que no es nuestra”: un hotel en Cartagena, un museo en Murcia, un convento cartujo o “un festivo parque de provincias” (Parque de la Seda), para acabar “Un día en Toledo”. Aquí es la oscuridad, la niebla, la que se adueña de los versos por el temor a olvidar, a que pase el tiempo perdido, antes de que llegue la noche: “Las manos de un muerto son polvo, / es ceniza el deseo y los ojos son barro”.

El poemario concluye con “Desembocadura”, de “los ríos que al final no van a dar a la mar” porque “recordar sus orillas da dolor”, he aquí seis poemas brevísimos donde destaca el que da título a todo el conjunto y figura en la contraportada, y es que todos los colores acaban fundiéndose en el negro, maravilloso el paralelismo final que equipara el disparo de un cazador furtivo con la caída de una flor cortada por un niño.

En conclusión, Hilario Barrero nos vuelve a ofrecer una bella muestra de su sensibilidad y capacidad de emoción a través de una poesía íntima y meditativa que hacen de su estilo uno de los más maduros de nuestro tiempo.

 
Gregorio Muelas Bermúdez



miércoles, 19 de diciembre de 2018

Los haikus de Gregory Corso y Peter Orlovsky

 
 


Ensayo publicado en Oculta Lit
 
 
El haiku llega a América en la década de los cincuenta del pasado siglo de la mano de Kenneth Rexroth (1905-1982), que publicará en 1955 su edición y traducción One hundred poems from the japanese, y que influirá primero en Gary Snyder (1930) y a través de este en los dos grandes tótems de la Beat Generation, Jack Kerouac (1922-1969) y Allen Ginsberg (1926-1997). Estos dos últimos llegarán a ser los más prolíficos cultivadores de la estrofa japonesa en la lírica estadounidense, pero no serán, como veremos, los únicos. Otros poetas también se sentirán atraídos por esta forma tradicional oriental y tratarán de abordarla desde perspectivas canónicas e iconoclastas.

Gregory Corso y Peter Orlovsky serán dos de ellos y aunque el haiku ocupará una pequeña parte, menor si se quiere, de sus respectivas obras, merece la pena detenerse en el peculiar tratamiento que cada uno de ellos le dedicó.

Con una infancia marcada por el abandono de su madre y la desidia de su padre, Gregory Corso (1930-2001) pasó su juventud entre orfanatos y centros penitenciarios. Curiosamente sería durante su estancia en la cárcel cuando se inició en la poesía. Más tarde conocería a Allen Ginsberg, quien diría de él que era “el poeta más grande de América”, y escribiría sus obras maestras: “Gasolina”, “Bomb” y “Matrimonio”.

Gregory Corso conformará el grupo The Three Angels, junto a Allen Ginsberg y Peter Orlovsky, y será el autor de uno de los más célebres haikus de la época, con el título “Alchemical Poem”, que el poeta llegó a autografiar con un sugerente dibujo:
 
 

A bluebird alights
upon a yellow chair
- Spring is here

Un pájaro azul se posa
sobre una silla amarilla
- la Primavera está aquí (1)

He aquí una composición que reúne todos los ingredientes del haiku clásico japonés: presencia de la naturaleza en la figura del pájaro, kigo en la palabra estacional y, sobre todo, aware en la serena emoción y el colorido, en la mínima acción de posarse y la pausa que antecede a las cinco últimas “moras” o sílabas.

El pulso del haiku con su concisión y capacidad de sugerencia se dejará sentir en otras de sus polémicas composiciones, hasta llegar al epitafio que reza en su tumba (2), en el cementerio protestante de Roma, que recuerda a otra forma tradicional japonesa, la tanka:

Espíritu
Es vida
Fluye a través de mí
Interminablemente
Como un río
Sin miedo
A llegar a ser
El mar

Nacido en la ciudad de Nueva York e hijo de inmigrantes rusos, la obra de Peter Orlovsky (1933-2010) siempre estuvo a la sombra de sus más célebres compañeros de Generación, Ginsberg y Kerouac.

Como Gregory Corso, Peter Orlovsky será un cultivador ocasional del haiku, influenciado en su caso por el hacer de quien fuera su pareja sentimental, Allen Ginsberg. Así su composición más célebre es “Cat Haiku”, incluida en Clean Asshole Poems & Smiling Vegetable Songs: Poems, 1957-1977 (San Francisco: City Lights Books, First Edition, 1978), que reproducimos y traducimos a continuación:

Cat throughing up in all the rooms
Is that my heaven to clean up vomit
Well! Here I am in the city tickling floors

Gato vomitando en todas las habitaciones
este es mi cielo para limpiar vómito
¡Bien! Aquí estoy en la ciudad cosquilleando pisos (3)
 
He aquí una composición de carácter cómico, con un evidente elemento escatológico, que supone una clara subversión del haiku japonés por la intención de los versos, que lo aproximaría a otra forma tradicional japonesa, el senryu, que aborda las circunstancias humanas con una finalidad crítica. Como en muchos de los haikus beat, el protagonista es un gato, animal underground por antonomasia, que deambula por un haiku urbano.

Como en el caso de Corso, su interés por esta forma es más anecdótico que literario, y es preciso valorarlo como testimonio tangencial de la influencia que el haiku tuvo en un período crucial de la literatura norteamericana del siglo XX.


 
(1) Traducción propia.
(2) Próxima a la del célebre poeta romántico inglés Percy Bysshe Shelley (1792-1822), a quien tanto admiraba.
(3) Traducción propia.
 
 

 
Gregorio Muelas Bermúdez